lunes, 14 de julio de 2014

CAPÍTULO CUATRO

Caminamos hacia el que ha sido nuestro hogar durante años y a partir de mañana dejará de serlo para ambas. O al menos, eso es lo que espero. Mi hermana me tiende uno de los libros cuando estamos en la puerta, pero lo rechazo. Será la última vez que cruce esta puerta azul, la última vez que me comportaré como una erudita. La emoción impide que coja el libro.
Mi madre abre la puerta, como todos los días, y me mira con el ceño fruncido. Yo, por el contrario, le dedico la sonrisa más falsa que verá jamás en mi rostro.
-Habéis tardado en llegar.
-Nos entretuvimos por el camino – mientras mi hermana se dedica a dar explicaciones, paso por debajo del brazo de mi madre y entro en la casa.
-¿Qué tal las pruebas? - pregunta mi padre, que baja por las escaleras.
Tiene el pelo lleno de canas y es alto y esbelto. Vino de Verdad y de pequeña siempre lo consideré un hombre al que no podía mentirle, que conocía todos mis secretos. Ahora que ya he cumplido los dieciséis años, no sé si eso es verdad. Lo que está claro es, que si conoce lo que soy, no parece molestarle tanto como a mi madre.
Puede que mi padre sea lo único que eche de menos de esta facción. Mi padre y su confianza.
-Perfectas – contesto, mientras comienzo a subir las escaleras – Estaré en mi cuarto, pensando sobre ello.
Mi padre no dice nada más. Asiente y sigue bajando para abordar a mi hermana.
Cuando llego a mi habitación, me agacho bajo la cama de Chloe y levanto una de las baldosas del suelo, de donde saco una maleta negra en el momento en el que mi hermana entra en el cuarto.
-Oh, oh, ¿qué vas a hacer? - pregunta, mirándome con preocupación.
-Esta noche tengo que salir a hacer un par de cosas. No te preocupes.
-Puedo entretenerles – Chloe se sienta en su cama junto a mí, mientras que yo saco mi cuaderno de dibujo de debajo de mi colchón y lo meto en la mochila.
-Te lo agradecería mucho – le sonrío ampliamente – Pero mientras anochece, ¿qué te parece pasar un rato comportándonos como hermanas?
No lo duda ni un segundo. Se lanza hacia mí y enrosca sus brazos alrededor de mi cuello, con fuerza. Su cuerpo empieza a temblar y yo le devuelvo el abrazo.
-No, por favor Chloe. No empieces a llorar. ¿Quieres que yo haga lo mismo?
Esto la hace reír entre lágrimas. Fundidas aún en un abrazo, nos dejamos caer sobre su cama.
-Te voy a echar de menos – confiesa, y entonces se separa de mí.
-Yo también – aseguro, cogiendo su mano con fuerza y reprimiendo el nudo de mi garganta.

Cuando anochece, a mi hermana y a mí nos ha dado tiempo a analizar toda nuestra infancia juntas. Nuestros días en la sede de Cordialidad; mis intentos por averiguar a qué facción pertenecía, obligándola a escalar las esculturas de acero que hay frente a la sede de Erudición; todas las veces que sacó la cara por mí ante nuestra madre; y nuestras peleas de pequeñas, en las que mi madre acababa castigándome por tirarle del pelo y mi hermana decidía hacerse pasar por mí y ocupar mi lugar en el salón-biblioteca de nuestra casa, leyendo, mientras yo seguía jugando en la calle con los vecinos.
Nos separamos con un fuerte abrazo. Ella se dirige a la puerta para distraer a mis padres y yo, cargada con la mochila con cosas que me importan, menos de las que pensaba, me subo al alféizar de la ventana y bajo en silencio por el canalón.
Mientras me alejo de la casa, observo las luces de la sala de abajo y las siluetas moviéndose. Toda mi familia se reúne mientras que yo, por otro lado, decido ir al sector de los abandonados.
En la esquina de la calle recojo mi sudadera negra y con ella puesta corro hasta las afueras de la sede, por donde pasa uno de los trenes que conduce al sector de los abandonados. Esta vez ni siquiera me hace falta agarrarme a los barrotes de los vagones, sino que con un limpio salto caigo en el interior. Me pongo de pie y observo las luces de la ciudad, como todos lo días. Poco a poco se van apagando. Es una de las medidas de ahorro que ha impuesto el gobierno abnegado y con la que mi facción no está totalmente de acuerdo.
Los edificios azules dejan paso a las ruinas de la ciudad cercanas al pantano y, poco después, a las monótonas casas del sector abnegado. El viaje hasta las destartaladas calles y los derruidos edificios que hay en territorio abandonado dura tan solo quince minutos.
Salto a la azotea más alta y ruedo por el suelo hasta que me choco contra un pequeño muro que me salva de una caída mortal. Intento levantarme, sacudiéndome la ropa de la suciedad que hay en la parte más alta del edificio y me froto el brazo derecho, que ha sido el que ha impactado con el muro.
-No ha sido tu mejor salto – oigo que dice una voz.
Me pongo en posición de alerta, escrutando la oscuridad, hasta que la risa del individuo lo delata, sentado junto a la escalera de incendios.
-Vaya, vaya. Pensaba que no vendrías después de nuestro último encuentro – digo sentándome junto a él.
-Bonito encuentro el nuestro. Aprendí que nunca debes intentar aprovecharte de una futura osada. Tengo un recuerdo, ¿sabes?
Stan se levanta su camiseta gris, de abnegación, y bajo la luz que proyecta la luna llena logro ver una alargada y fina cicatriz rosada en su abdomen, mucho más musculoso que la última vez que lo vi.
-¿Has estado entrenando? - pregunto, acariciando con un dedo su cicatriz, lo que le provoca un escalofrío.
Sonrío con malicia.
-Parece increíble que me apuñalaras hace dos meses y ayer hicieras lo que hiciste por ponerte en contacto conmigo. ¿Te lo pasaste bien con aquel chico?
Me encojo de hombros.
-No estuvo mal – entierro los dedos de mi mano en el pelo de su nuca y él echa la cabeza hacia atrás – pero contigo me lo he pasado mejor.
-¡Qué mala eres! - ríe con fuerza, acabando con el silencio de la noche.
Se acerca a mí y yo rodeo su cintura con mis piernas. Me coge del pelo y me echa a cabeza hacia atrás mientras me besa con delicadeza el cuello. La suavidad da paso a una pasión frenética y Stan comienza a darme pequeños bocados en el cuello.
En seguida siento el acero que esperaba bajo mi garganta y Stan se aleja de mí, sin soltarme el pelo y con una daga amenazando con degollarme.
-Qué ingenua eres, pequeña. ¿Qué es eso de bajar la guardia?
Apenas ha terminado de hacer la pregunta cuando le asiento un codazo en las costillas al mismo tiempo que, con la otra mano, le arrebato el arma. Cae al suelo y yo me sitúo a horcajadas sobre él, con la daga sobre la cicatriz rosada que oculta su camiseta.
-Eso mismo digo yo, ¿qué es eso de bajar la guardia?
Sonríe forzadamente y ejerzo un poco de presión con el arma, lo que le hace se tense.
-¿Quieres una cicatriz nueva, o la prefieres en el mismo sitio?
La sonrisa de su rostro desaparece y me mira fijamente.
-Estás lista – dice con seriedad.
Asiento lentamente. Claro que estoy lista, él lleva tres años encargándose de que llegado el momento lo estuviera. Ahora lo sé, sobreviviré a la iniciación de Osadía, esa que él no llegó a superar hace cuatro años.
Aparto la daga de sus costillas y la lanzo lejos de nosotros. Me agacho hasta que nuestras narices se rozan y nuestros labios se unen. Me rodea con sus fuertes brazos y rueda, pasando a estar sobre mí. Seguimos besándonos hasta que mis manos llegan al borde de su camiseta y comienzo a quitársela.
-Ni siquiera sé por qué haces esto – jadea en mi oído, recuperando la respiración.
-Para sobrevivir – respondo, y vuelvo a recortar la distancia que nos separa.

-Eres increíble. Primero te lanzaste tú, semanas más tarde lo intento yo y me apuñalas. ¿Y ahora? - gira la cabeza para mirarme. Ambos seguimos tumbados en el suelo de la azotea, contemplando el espeso cielo negro. Su brazo me sirve de almohada
-Soy yo la que ha decidido siempre lo que pase en mi vida. Tú no eres una excepción.
Veo las luces del tren brillar, aproximándose a nosotros, y me pongo en pie.
-Solo tienes dieciséis años, pero eres mucho más madura e inteligente que ninguno de mi generación. Ten cuidado con los osados, son peor que yo.
-Y yo peor que ellos – aseguro, con mi sonrisa maliciosa.
Comienzo a alejarme para buscar un lugar seguro en el cual saltar al tren, pero Stan me agarra con fuerza por el brazo, demasiada fuerza, lo que me hace ponerme alerta.
-Suéltame – le pido, con el ceño fruncido.
-Me debes algo. No entreno durante tres años a alguien por amor al arte.
Lo miro a los ojos, unos ojos azules claros que de repente se han vuelto oscuros. Sé lo que quiere. Salir de los terrenos de los abandonados.
-A partir de mañana pregunta a los abnegados por Chloe Stone. Se unirá a ellos y hará todo lo que esté en sus manos para ayudarte.
-Preferiría osadía, pequeña – canturrea, sin soltarme el brazo.
-Te reconocerían, y no voy a arriesgar toda mi vida por un abandonado como tú, Stan.
Es un insulto pare él, pero como es alguien que no me importa, retiro mi brazo con la fuerza necesaria para liberarme, justo cuando llega el tren.
-Deja esto en la facción de Osadía dentro de una semana – le digo, lanzándole mi mochila negra.
-¡Ten cuidado con la segunda etapa de la iniciación! Es la peor para un osada como tú.
Le echo un último vistazo y asiento como forma de agradecimiento justo antes de saltar al tren.

Cuando abro con cuidado la ventana, la habitación está completamente a oscuras. Escucho la acompasada respiración de mi hermana. Me cambio lo más silenciosamente que me es posible y subo a mi litera en silencio. Sin embargo, pocos segundos más tarde, noto un cuerpo que se tumba junto a mí y me aprieta con fuerza la mano.
-Necesitas descansar, Chloe. - le digo, mientras le acaricio el pelo con mi mano libre.
-Lo sé, pero necesito estar unos segundos más contigo, por favor.
Y nos quedamos profundamente dormidas, juntas, como lo hemos hecho siempre, como lo hacíamos cuando eramos pequeñas. Chloe y yo, como si fuéramos una sola persona.

Mis padres nos acompañan al Centro, donde tendrá lugar la Ceremonia de Elección. Nadie habla por el camino, ni siquiera Chloe, quien no deja de darle vueltas a un mechón de su oscuro pelo entre los dedos.
Cuando bajamos del coche levanto la cabeza y observo como el edifico se pierde entre las nubes. ¿Cómo será subir hasta arriba y asomarse al borde? ¿Cuántos osados lo habrán hecho ya?
Mi hermana tira de mi brazo y seguimos a nuestros padres al interior, donde mi madre aparta a un grupo de abnegados para que podamos subir a uno de los ascensores. Cuando las puertas van a cerrarse, veo la mirada de culpabilidad de mi hermana al ver que los abnegados caminan hacia la escalera. Mi padre pulsa el número veinte en el cuadro de mandos del ascensor, y el cubículo en el que estamos, junto a un grupo de veraces, sube a gran velocidad. Cuando las puertas vuelven a abrirse, camino hacia la sala en la que se llevará a cabo la ceremonia.
Las filas de asientos rodean los cinco cuencos que representan a las cinco facciones. Chloe y yo nos quedamos en los círculos más alejados, donde se sitúan todos los chicos de dieciséis años a los que les ha llegado el momento de elegir hoy. Nuestros padres caminan hacia las filas más cercanas, divididas en facciones, y se sientan con el resto de personas vestidas de azul.
Cuando la sala está llena, aparece Sky Meller, el líder de Osadía, alto, moreno, vestido completamente de negro y con la cara llena de piercings. Tendrá cerca de treinta años, pero aun así es el líder más joven de las facciones. Cada año le toca a una facción dirigir la ceremonia y hoy le ha tocado a Osadía.
-Bienvenidos a la Ceremonia de Elección – la voz del líder osado es fuerte. Hace que me enorgullezca – Hoy es un día muy importante para todos aquellos que tomarán una decisión. Una decisión que marcará sus vidas.
-Sobre todo deja marca si eres de Osadía – le susurro a mi hermana, mientras observo a un osado que hay justo un par de asientos a nuestro lado.
Pienso en todo lo que he leído sobre la iniciación en Osadía o lo que me contó Stan. Luchas, peleas, armas... Tan sólo imaginándome sosteniendo una hace que el vello se me erice. Dentro de poco, podré sentir el poder en mis manos.
-Hace años, nuestros antepasados descubrieron que el origen de la maldad está en nosotros, en nuestra forma de ser y por ello dividieron nuestra sociedad en cinco facciones, cada una de las cuales culpa e intenta eliminar aquellos rasgos de nuestra personalidad que nos conducen hacia el mal.
Camina hacia el centro de la sala y comienza a acariciar con la yema de sus dedos cada uno de los cuencos de metal.
-Los que culpaban a la agresividad formaron Cordialidad. Los que culpaban a la ignorancia, Erudición.
No puedo evitar mirar a mi madre, cuyo pecho se hincha con la satisfacción. ¿La ignorancia? No creo que sea la culpable del mal. A menudo hay que mantener bajo ignorancia a las personas para que el mal no las ataque. La ignorancia no es enemiga, incluso podría resultar una aliada.
-Los que culpaban a la mentira formaron Verdad.
Demasiado similar a Erudición. La mentira conlleva ignorancia de la verdad, la ignorancia es enemiga de los eruditos y veraces, pero no mía.
-Los que culpaban al egoísmo formaron Abnegación – miro a mi hermana. Yo soy egoísta, ella lo rechaza – Los que culpaban a la cobardía formaron Osadía.
Y ahí está, el cuenco con las brasas que representa Osadía. No me atrae la tierra de Cordialidad, ni el agua de Erudición, ni el cristal de Verdad, ni las piedras de Abnegación. Son las brasas de Osadía las que hacen que los ojos me brillen de emoción.
-Estás cinco facciones han trabajado durante años en armonía, juntas. Cordialidad aporta consejeros y sanadores; Erudición, profesores e investigadores; Verdad, líderes seguidores de las leyes; Abnegación, líderes altruistas; y Osadía, protectores de lo interno y lo externo. Pero cada una no solo aporta algo a nuestra sociedad, sino que juntas nos permiten sobrevivir. Sin ellas, no lo haríamos. Por ello son más fuertes que cualquier tipo de lazo. Nuestra facción nos pertenece.
Osadía es mía.
-Y nosotros le pertenecemos a ella.
Y yo soy suya.
-Así, pues. Abramos los brazos y recibamos a nuestros nuevos iniciados, porque, a partir de ahora, ellos será nuestra nueva y única familia.
Nunca he tenido una familia.
-La facción antes que la sangre – exclama con el puño en alto.
Solo los Osados levantan los brazos y repiten la frase. El resto se limita a aplaudir. Yo me limito a mirar sonriente a Sky. Si he de seguir a un líder, quiero que sea a él.
A continuación, comienza a nombrar a los chicos, por orden alfabético inverso. El primero es un chico de Verdad que coge decidido el cuchillo que Sky le ofrece. Se hace un corte superficial en la palma de la mano y se acerca a los cuencos. Su sangre cae y se mezcla con el agua de Erudición. Los de su facción comienzan a murmurar y los de Erudición aplauden. Es un traidor, como lo seré yo dentro de pocos minutos, como espero que lo sea mi hermana también.
Mi nombre llega antes de lo que esperaba.
-Eleanor Stone.
Aprieto la mano de Chloe, pero no la miro, no puedo hacerlo. Bajo hasta el centro de la sala y sonrío hacia Sky, tomando el cuchillo. Hago un rápido corte en la palma de mi mano derecha y camino hacia los cuencos. Dejo que la sangre se acumule en mi mano, formando un pequeño charco. Miro a hacia los eruditos. Mi padre asiente, supongo que sabe lo que voy a hacer y quiere que sea sincera, que sea inteligente; mi madre no sonríe, pero yo a ella sí. Y sin dejar de mirarla, giro mi mano sobre las brasas de Osadía, dejando que la sangre se libere. Al igual que acabo de hacer yo.
Después de dieciséis años, al fin soy libre.
Corro hacia los gritos de júbilo de los osados y me siento en la fila más alta, junto a una chica osada que ha decidido permanecer en su facción.
-Hola, soy Willa.
-Hola, Eleanor.
Aprieto con fuerza la mano que me tiende y me dejo caer en la silla que hay junto a ella. Aún noto la sangre arder por mis venas, mis cara acalorada de la emoción y la sangre gotear en mis dedos, pero eso no me importa. Observo con atención a Sky, que vuelve a coger el papel y lee el siguiente nombre.
-Chloe Stone.
No la miro, aunque veo su figura bajar las escaleras por el rabillo del ojo. Cuando llega al centro, las luces la iluminan y veo que está pálida como nunca.
-Vaya, ¿sois gemelas? - pregunta Willa.
Ignoro su estúpida pregunta y observo con atención cómo mi hermana se hace un corte en la mano, igual que el mío. Camina hacia los cuencos y cierra la mano en un puño. Después levanta la cabeza y mira a mis padres.
Quiero gritarle que no lo haga, que no se quede con ellos. Empiezo a sudar y noto aún más calor cuando me mira. Su mirada pide disculpas. Haga lo que haga, no será Cordialidad o Abnegación. Haga lo que haga, la pondrá en peligro. Haga lo que haga, mis años de investigación acabarán tirados a la basura.
La cara se le ilumina cuando abre la mano y el tiempo parece detenerse. Noto la alegría en su rostro, el fin de su suplicio, de su miedo. No hace falta que mire el cuenco en el que mi hermana ha dejado caer las gotas de su sangre divergente. Los osados me dan la respuesta con sus gritos.
Pero mi hermana no ha elegido Osadía.
Me ha elegido a mí.

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