lunes, 18 de agosto de 2014

CAPÍTULO SEIS

Bueno, aún no me he presentado ni me he dirigido a los lectores de este blog, que son más bien pocos pero, la verdad, no me importa, pues esta es una de mis historias que más me gusta escribir. Mi nombre "artístico" (por llamarlo de alguna manera) es Steve Rae (o SR para abreviar), aunque la gente que conoce mi nombre me llama por él y no me importa en absoluto.
Esta historia es un fanfic de Divergente, como ya sabréis, en el que se podría decir que las protagonistas son casi reales. Yo me considero una copia exacta a Eleanor y Chloe es la persona a la que más adoro en este mundo.
Al empezar a escribir este blog siempre lo hacía con The Veronicas resonando en mis oídos, algo bastante guay cuando se trata de dos gemelas, por eso la música del blog son sus canciones más famosas.
También escribo para anunciaros que todos, o casi todos, los iniciados, tanto osados como trasladados, tienen importancia; y por eso hay un apartado en el blog llamado Personajes en el cual los identifico con algún famoso.
En fin, espero que los pocos lectores que leéis esta historia la adoréis tanto como yo. Un gran saludo :)


-Seguidme.
Los iniciados nacidos en osadía son los primeros en reaccionar y seguir a Pec a través de un estrecho saliente. Cojo a mi hermana de la mano, que comienza a sudarle por el temor.
-Ni se te ocurra mirar hacia abajo - susurro, pero no he terminado de decirlo cuando sus ojos se ven atraídos por el fondo del foso, donde las aguas se arremolinan salvajemente.
-No puedo - susurra, y prácticamente se abraza contra la pared.
Genial.
-Avanza ahora mismo o te dejo aquí - aprieto con fuerza los dientes mientras la rabia me sube por el cuello, pero al final mis amenazas parecen hacer efecto en ella, y me sigue lentamente por el saliente.
No tardamos en llegar a unas escaleras de metal que conducen al techo del foso, en el que un suelo de cristal da paso al que supongo que es el auténtico edificio de la Sede de Osadía. Por una trampilla llegamos a un pequeño recibidor, o eso es lo que supongo, porque no hay nada de mobiliario, a excepción de unos guardias de osadía que parecen estatuas. Seguimos a la fila de osados por una puerta trasera y los veo subir escalones. El túnel ascendente se oscurece por completo mientras los músculos de mis piernas se hinchan en busca de oxígeno. Se escucha a alguien tropezar, pero por suerte no ha sido delante de mí, donde me habría visto inmersa en el accidente.
La luz llega rápidamente y cierro los ojos, deslumbrada por la claridad. Hemos aparecido en un pasillo de paredes blancas, o al menos debieron ser blancas en algún momento, porque ahora están llenas de pinturas de los osados.
-Vaya - susurro asombrada, mientras me acerco a la larga pared, en la que aparecen los símbolos del resto de facciones, tachadas con una enorme cruz roja. Paso la mano sobre el ojo de Erudición. La pared es granulada y me raspa la palma de la mano.
-¿Qué pasa, erudita? ¿Echas de menos tu facción?
Me giro para observar a tres iniciados cruzados de brazos, que me miran con una sonrisa burlona. Dos de ellos, una chica y un chico, visten de negro; mientras que el otro lleva puestos unos pantalones negros y una camisa de lino blanca.
-¿Y tú, veraz? - pregunto, escupiendo las palabras. - Seguro que echas de menos que todos los de tu alrededor digan lo que piensan. Te ayudaré, si quieres. Eres un imbécil, y con ese pelo parece que te haya chupado una vaca de Cordialidad.
Lo miro expectante, previniendo su reacción. Y no me equivoco. Los dos iniciados osados que hay a su lado lo sujetan con fuerza mientras el chico forcejea deseoso de golpearme.
-Típico de un veraz el no saber controlar sus emociones – Royce, el erudito, se acerca a mí y se apoya en la pared con los brazos cruzados - Tal vez deberías volver a tu antigua facción si no sabes controlarte, chico.
Le lanzo una furtiva mirada porque nunca me ha gustado hacer algo junto a otra persona. Si quiero enfrentarme a un niñato veraz, quiero hacerlo sola. La chica osada también parece perder los nervios, aunque la discusión no viene con ella. Sin embargo, no me da tiempo a ver cómo el chico osado tiene que sostener a sus dos amigos, pues los gritos de Pec precisan nuestra atención.
-¡Ya era hora! ¿Se puede saber qué hacíais en la oscuridad del túnel?
-Nos hemos tropezado y hemos caído - susurra una tímida voz entre la multitud que se agolpa en la entrada de las escaleras por las que acabamos de subir.
Maldigo al reconocer la voz y empiezo a empujar a la gente para hacerme paso entre ellos. Cuando llego, me encuentro a mi hermana con un chico delgado y pecoso vestido con una camiseta naranja y unos pantalones rojos oscuros. Genial, mi hermana y el cordial.
-¿Y tanto tardáis en volver a subir? ¡Tenemos prisa! - la cara de Pec enrojece por momentos, así que decido intervenir antes de que lo pague con mi hermana... o de que ésta se ponga a llorar.
-Déjala, Pec - me abro de brazos frente a mi hermana y el cordial y miro desafiante a los ojos del que a partir de ahora será nuestro monitor.
Parece desinflarse con mi revelación.
-Vaya, primera saltadora. - nos mira a mi hermana y a mí alternativamente - Interesante.
-Mi nombre es Eleanor. Ella es Chloe - hago un gesto con la cabeza hacia mi hermana.
Pec se acerca y me coge por el tirante de mi camiseta negra. Su mandíbula se tensa y me mira fijamente a los ojos. Noto como mis pies se elevan un par de centímetros del suelo y maldigo no ser más alta.
-Será mejor que la controles. No perderé el tiempo con ningún iniciado despreocupado. - asiento y me suelta con violencia, haciendo que me tambalee. Royce se sitúa a mi lado para agarrarme por el brazo, pero yo me suelto con violencia en cuento su mano entra en contacto conmigo.
Pec avanza hacia unas puertas transparentes que hay delante, en el pasillo. Y la marea de osados comienza a desaparecer detrás de él. Me doy la vuelta para enfrentarme a mi hermana, pero la sorpresa que me llevo al verla sonriente me desarma.
-Eleanor, este es Julian. Es de cordialidad. – comienza a hablar rápido, lo que sólo hace cuando está realmente emocionada y lo que resulta desesperante, porque es inteligible - Nos hemos tropezado en las escaleras y hemos tirado a un montón de iniciados. Ha sido divertido, ¿eh? - mira al chico, que le sonríe tímidamente. Siento lástima por él un momento, pero la dejo atrás inmediatamente.
-¿Eres imbécil? - exclamo, recuperando la compostura, y mi hermana y el chico cordial se sobresaltan. - Deja de hacer el tonto, Chloe. Ya me han dado un aviso, así que no me cabrees.
-No deberías tratarla así.
-¡Cállate! - le grito a Royce antes de darme la vuelta y seguir al resto de los iniciados al interior de la sala.
La estancia en la que aparecemos es similar al pasillo del que acabamos de salir. Las paredes son blancas y llenas de grafitis. Sobre todo destaca la gran llama de osadía roja, junto a la que se puede leer el lema de Osadía. Hay varias pantallas de ordenador en una pared y Pec se encuentra junto a dos osados adultos, junto a una pequeña mesa en la que hay un maletín negro.
-Callaos - Pec apenas tiene que alzar la voz para que el grupo se calle. - Os presento a Claire, se encargará de los nacidos en osadía durante una semana, antes de que os juntemos. - Claire alza la cabeza a modo de saludo y vuelve a concentrarse en su charla con el otro hombre, que no deja de conectar cables a un ordenador que saca del maletín - Estamos en la sala en la que descubriréis cuáles son vuestros mayores temores. No estáis listos, y por eso os queremos ver reaccionar.
-Lo siento - susurra alguien en mi oído. Me doy la vuelta y me encuentro con los oscuros ojos de mi hermana. La cojo de la mano y me giro para atender a lo que dice Pec.
-Os inyectaremos el suero del miedo y veremos qué es lo que más os aterra en el mundo. Pero no os preocupéis - sonríe con malicia y posa una mirada en todos y cada uno de nosotros - A diferencia de la prueba de aptitud, aquí seréis conscientes de dónde estáis en todo momento. Vuestra misión es superar vuestro miedo, enfrentándoos a él o consiguiendo controlar vuestras emociones. - guarda unos segundos de silencio antes de gritar el primer nombre - ¡Estella!
La chica con la que me he enfrentado en el pasillo, con el pelo pintado de color bronce y tez oscura, se acerca a Pec con la cabeza en alto, y se sienta en el sillón que hay junto a él. El tercer hombre, el del maletín, le tiende una aguja con el suero del miedo.
En ese momento, Claire, la otra monitora, nos echa a todos al pasillo. La obedecemos y me siento en el suelo con la espalda apoyada justo en la pared que hay frente a la puerta. Chloe se sienta a mi lado.
-Es un simulación - susurra jadeante. Su piel ha descendido varios tonos.
-No te preocupes - susurro, intentando tranquilizarla, aunque ni siquiera yo estoy muy segura de mis palabras - Ya lo has oído, somos conscientes. No tienes por qué destacar. Pero intenta no hacer nada extraño.
Tras lo que parece una eternidad, Claire se asoma a la puerta y llama a Willa, la chica junto a la que me senté en la Ceremonia de Elección, quien avanza con precaución hacia la monitora. Poco a poco, el pasillo se va quedando vacío. Sólo quedamos mi hermana y yo, una chica abnegada, una veraz y un par de osados que charlan animadamente, uno de los cuales es el chico rubio que saltó el tercero para entrar en el complejo de Osadía. Claire asoma la cabeza y llama a mi hermana.
-Suerte - digo, apretando su mano, y ella intenta sonreír para tranquilizarme justo antes de entrar en la sala del paisaje del miedo.
Apoyo la cabeza contra la pared y me concentro en regular mi respiración. Oigo las conversaciones que suceden a mi alrededor, pero no participo en ninguna. Mi cabeza está demasiado ocupada en concentrarse sobre qué puede estar pasando al otro lado de esa puerta.
-Eleanor.
Abro los ojos sorprendida. La cabeza de Claire asoma por la puerta y me mira con intensidad. Me pongo de pie, sorprendentemente segura, y avanzo hacia ella. O me he quedado durmiendo, o mi hermana ha tardado poco en pasar por su pasaje del miedo. O tal vez haya pasado algo y me necesite. Trago saliva, aterrorizada, pero en el interior de la sala no hay ningún otro iniciado, salvo yo.
-Siéntate - me ordena Pec con un tono sorprendentemente duro, y lo obedezco, segura de que sigue mosqueado por lo ocurrido en el pasillo.
Antes de que me dé cuenta, siento el pinchazo en el cuello y la habitación comienza a darme vueltas.
Todo es oscuro a mi alrededor, pero puedo asegurar que tengo los ojos abiertos. Intento moverme, pero no puedo. Estoy paralizada y ciega. ¿Qué es esto? No es real, desde luego. Hay una extraña sensación que intenta abrirse paso por mi cabeza. ¿Dónde estoy? Y mi mente, asombrosamente, consigue responder a esa pregunta: es una simulación, y esto debería darte miedo. Pero no siento nada. Es como si me hubieran privado de todas mis sensaciones y emociones. No veo. No oigo. No puedo moverme... Ni siquiera siento frío o calor. La respiración comienza a acelerarse e intento gritar, pero de mi boca no emerge ningún sonido.
-Qué fácil es controlarte ahora... - susurra una voz a la que reconozco de inmediato: la voz de mi madre.
Quiero gritarle que me suelte, preguntarle qué me ha hecho, pero no puedo moverme. Oh, por favor, que pare ya.
-Quieres que te deje, ¿verdad?
No hace falta que me dejes. Llevo años plantándole cara, y puedo seguir haciéndolo. Ahora más que nunca. No le suplicaré, aguantaré lo que tenga que aguantar. Seré fuerte. Me calmaré. Tengo que calmarme si quiero que me deje.
Y, poco a poco, vuelvo a respirar con calma y mis pulsaciones se ralentizan. Y puedo moverme.
Alargo los brazos, porque sigo estando a oscuras, aunque ya no es una oscuridad tan absoluta como antes. Noto las paredes a ambos lados de mí. Son pegajosas y algo sedoso se enrosca en mis muñecas y se extiende por mis manos. Siento un cosquilleo por mi piel, subiendo por mis piernas, bajando por la cabeza. No puedo controlar el pánico, y grito con fuerza mientras me araño los brazos y la cara, desesperada por quitarme el picor. Sin embargo, en lugar de desaparecer, se concentra con una intensidad mayor alrededor de mi cuello. Me quema. Me arde. Siento que la garganta se me derrite. Está bien, si no puedo luchar contra el hormigueo, me dejaré llevar por él, con placer. Imagino a Stan, sentado junto a mí, desnudo, acariciándome la espalda con sus largos y hábiles dedos, trazando círculos, ascendiendo hasta mi garganta, haciéndome cosquillas. Es una sensación fabulosa, placentera, que me hace sonreír y relajarme.
-Estoy contigo.
Abro los ojos poco a poco y me encuentro con los ojos oscuros que comparto con mi hermana.
-Chloe - susurro, percatándome de que estoy tirada en el suelo, formando un ovillo. De repente, mi hermana comienza a llorar.
-Lo saben, Eleanor. Lo han descubierto. ¡Tienes que salvarme! - el pánico de sus ojos es palpable, se extiende por su cuerpo. Entierra ambas manos en su pelo y comienza a gritar sola. - ¡Lo saben, Eleanor! ¡No he sido lista! ¡No he sido lista!
-¡Cállate! - grito, más alto que ella. La han descubierto. No hace falta que me diga nada más. Saben que es divergente.
-¡Me matarán! ¡Sálvame!
-No. No te matarán - respondo, cogiéndola de la mano, temblando de pies a cabeza como ella e intentando convencerme de mis palabras - No te matarán porque te he encubierto siempre. Te protejo, Chloe. Siempre lo he hecho y siempre lo seguiré haciendo.
Además, soy infalible. Es imposible que la hayan descubierto. Y con éste último pensamiento, mi hermana se evapora y se convierte en una nube que asciende por el oscuro cielo de la noche. Una noche estrellada.
Siento cómo un dedo recorre mi espalda y me giro alertada. Junto a mí está Stan. La luna lanza destellos plateados sobre su hermoso cuerpo desnudo. Me sonríe ampliamente y su mirada desprende cariño. Lo miro extrañada antes de incorporarme y sentarme en el frío suelo. Me encuentro en una nave abandonada del sector abnegado con el techo de cristal. Stan no deja de mirarme fijamente a los ojos, sonriente.
-Deja de mirarme así - contesto y, aunque intento sonar molesta, una extraña risa sale de mí.
-No te vayas, por favor - su voz no parece su voz.
-Tengo que irme. He de ir a Osadía. - me pongo en pie y recojo mi ropa negra del suelo. Stan se levanta mientras yo me visto y me coge de la barbilla, obligándome a levantar la cabeza.
-Quédate. Sé que quieres quedarte.
Se inclina y me besa. Sin embargo, no es uno de esos besos desesperados, sino dulce y apaciguador. La respiración se me acelera y me aparto de él con violencia.
-¡No hagas eso! - grito, y la voz se me rompe.
Contemplo la escena como alguien ajeno a ella. No dejo de decir cosas que no pienso y siento una extraña sensación en el pecho, sobre el corazón. ¿Qué es esto? Me siento como una persona encerrada en un cuerpo que no puede manejar. "Aléjate de él", me grito a mí misma, pero mi cuerpo se ve atraído por una extraña fuerza hacia el chico que hay frente a mí, de pie.
-Quédate conmigo.
No. No. "Tienes que volver y cumplir tu sueño". Soy el subconsciente de mi cuerpo, al cual no deja de ignorar. Pero yo tengo el control. Yo sé quién soy. Yo manejo mi cuerpo.
Cojo el largo cuchillo que hay dentro de una de las botas negras y lo interpongo entre Stan y yo. El chico mira fijamente el cuchillo y levanta la cabeza poco a poco hasta encontrarse con mis ojos.
-¿Por qué haces esto? - pregunta temeroso y con la voz llena de dolor.
Trago saliva, intentando eliminar el nudo en la garganta, un nudo que no es mío; e intentando que la presión sobre el pecho y en el vientre desaparezca.
-Para sobrevivir.
Sus ojos se oscurecen y me mira con dureza. Pero no me importa. Stan desaparece ante mí mientras hago un rápido recuento. Cinco, acabo de superar mi quinto miedo.
Todo se oscurece a mi alrededor, pero el brillo de la luna vuelve a iluminarme. Camino por un destartalado puente de hierro rojizo, oxidado. A unos diez metros de mí hay un extraño bulto en el suelo que no deja de moverse. A su alrededor el sueño brilla desprendiendo extraños destellos. Sangre. Justo cuando paso al lado del bulto, éste se gira, dejándome ver a una chica pelirroja vestida con ropa gris, una abnegada cuyos ojos parecen salirse de las órbitas. Su ropa está llena de sangre. Lo más terrorífico es su cara, completamente destrozada.
-Ayúdame - susurra la chica.
La ignoro. No puedo apartar los ojos de su cara, en la que cuatro profundos arañazos le han destrozado lo que en algún momento pudo ser un hermoso rostro. El ojo derecho, o lo ha perdido o está completamente destrozado. El labio se le ha alargado por ambas mejillas y no deja de escupir sangre por la boca. Sangre roja que comienza a apestar y a atraer a las moscas. Me dejo caer en el suelo, mareada y con náuseas. Me pongo de rodillas con las manos apoyadas en el asfalto y me obligo a apartar la mirada de su cara. Inspiro y espiro, ignorando el olor de podredumbre. Inspiro y espiro, intentando controlar los latidos de mi corazón, concentrándome en la gravilla del asfalto. No sé cuánto tiempo trascurre, pero al final, olvido por completo a la chica cuando sus lamentos hacen rato que han dejado de resonar en mis oídos. Y me dejo caer en el suelo, agotada, cuando siento que mi cuerpo vuelve a comportarse de forma normal.
Me incorporo y descubro que sigo en el puente, pero la chica ha desaparecido. Un impulso me indica que debo terminar de cruzarlo, y es lo que hago. Por debajo de éste aún se puede distinguir el antiguo cauce de lo que fue una vez el río de la ciudad. Ahora está completamente seco, al igual que el pantano. Cuando llego al final del puente giro sobre mis talones para escrutar a mi alrededor. No sé qué busco, qué debo encontrar o hacia dónde debo dirigirme. Levanto la manga de mi sudadera para secarme el sudor de la cara y doy un respingo al encontrarme con el color gris. El color gris de los abnegados, solo que este está sucio y estropeado. No es ropa de abnegados. Es ropa de abandonados. Soy una abandonada.
Escucho al tren aproximarse por las vías. No, no puedo haber fracasado en la iniciación. Estaba preparada. Stan me preparó, él me lo dijo. Siempre he pertenecido a Osadía. Osadía es mía, y yo soy suya.
Me saco la sudadera, que me está enorme, por la cabeza, al mismo tiempo que corro hacia las vías. Debajo llevo puesta una camiseta de tirantes negra que me llena el cuerpo de adrenalina y me confirma que soy osada.
-¡Soy osada! – exclamo en el momento en el que salto al interior de uno de los vagones abiertos.
No llego a caer al duro suelo de metal. Siento que mi cuerpo se eleva, ligero, y cierro los ojos mientras me dejo llevar. Huele a ceniza y a destrucción. Abro los ojos para encontrarme tumbada en un suelo gris y pedregoso. A mi alrededor todos los edificios arden, y hay una enorme nube negra sobre la ciudad. No me da mucho tiempo a preguntarme dónde estoy, porque algo llama mi atención. A mi lado está mi hermana, tumbada en el suelo, con los ojos abiertos sin ver, sin vida.
-¡Chloe! – el grito abrasa mi garganta. Me lanzo hacia el cuerpo de mi hermana mientras algo similar a una explosión se escucha cerca de nosotras. La ignoro. Concentro mis fuerzas en sacudir su cuerpo, su cabeza se mueve de un lado a otro, inerte. – Por favor, Chloe. No me dejes.
Las lágrimas acuden a mis ojos y no puedo respirar. Los temblores me sacuden el cuerpo mientras esa pequeña información intenta colarse en mi cerebro, que de repente parece saturado. Intento concentrarme en el rostro de mi hermana, del que ha desaparecido cualquier muestra de color. No puedo soportar el momento en el que la realidad me golpea con fuerza. Mi hermana está muerta. Me dejo caer sobre ella, con la cabeza apoyada en su pecho, del que no surge ningún sonido. No sé cuánto tiempo paso tumbada sobre ella, inmóvil e intentando controlar los temblores. Tengo que salir de aquí, esa es la única idea de mi cabeza. Y, finalmente, consigo que mi respiración se normalice, alejando mi mente de ese lugar de destrucción.
Sigo con la cabeza apoyada en una superficie blanda, cómoda y conocida. Abro los ojos poco a poco para encontrarme en una habitación de paredes azules. Me levanto de la cama y me paso ambas manos por mi pelo. Todo ha sido una pesadilla. Salto de la cama y flexiono mi espalda, que parece estar gravemente magullada.
-Vamos, Chloe. Hay que ir a la escuela. – me doy la vuelta para atacar a mi hermana con cosquillas y conseguir que despierte. Pero me encuentro la cama vacía, con sus sábanas azules impolutas.
Salgo de la habitación para disponerme a buscarla por la cocina. Sin embargo, mi padre me interrumpe por las escaleras.
-Eleanor, cielo. ¿Dónde vas? Tienes que arreglarte. – me coge del brazo y me lleva casi a rastras por el camino que acabo de hacer - Tu madre dejó el vestido azul en el armario.
-¿De qué hablas? – pregunto extrañada.
-¿De qué va a ser? – su sonrisa me llena el pecho de amor – De la ceremonia. Los eruditos no llegan tarde, y menos cuando se trata de este gran paso. Vas a ser oficialmente erudita, ojalá tu hermana no hubiera elegido Osadía.
-¡¿Qué?! – abro mucho los ojos ante la sorpresa.
-Sé que tu madre no quiere hablar mucho de ella, pero hemos oído que ha sido la primera de su calificación. Y tú has sido la alumna más inteligente de Jeanine. Tienes que estar orgullosa. – dicho esto me empuja y me mete en nuestro espacioso cuarto de baño, lleno de azulejos azules oscuros.
Me doy la vuelta, dándole la espalda a la puerta, y me miro en el espejo. Las pequeñas diferencias con Chloe no están: mis brazos no son musculosos y mi cara no expresa desconfianza.
-¿Quién eres? – susurro al reflejo del espejo y, ante mi sorpresa, éste se inclina y se apoya en el lavabo.
-Bonita vida. Ahora tendrás que hacer todo lo que te diga tu madre, o Jeanine.
Me acerco al espejo y descubro el brillo en los ojos de mi reflejo.
-Tú eres yo – susurro.
-No. Yo soy libre y tú no. – el reflejo se encoje de hombros.
Vuelvo a darle la vuelta y me quito el pijama azul que llevo puesto, quedándome sólo con la ropa interior. Ahí están las diferencias: mis abdominales son fuertes y mis gemelos gruesos. Me giro para enfrentarme al espejo, pero todo ha cambiado de nuevo. Ya no hay azulejos, no ha paredes. Todo es una oscuridad infinita, salvo el espejo y mi reflejo, que se mantienen frente a mí. Sin embargo, ya no soy yo la que hay encerrada en el espejo: es Chloe, la reconozco por su cara de terror. Detrás de ella aparecen personas con la cara oculta e instintivamente me giro para comprobar si es por culpa del reflejo, pero no es así. Detrás de mí no hay nadie.
Me acerco y coloco ambas manos contra el espejo mientras los hombres, que han llegado a la altura de mi hermana, sacan enormes cuchillos de su espalda y comienzan deslizarlos por su delicada piel, dejando gruesos cortes de los que emana sangre en abundancia.
-¡Chloe! – intento llamarla, pero ella no me escucha, solo me mira con terror, inmóvil, llorando, mientras siguen cortando su piel, sus dedos, su oreja. Grito con fuerza y me cubro la cara con ambas manos. ¡Que pare! ¡Que dejen de torturar a mi hermana! ¿Por qué no puedo hacer nada? Sé lo que tengo que hacer, pero no es un acto de valentía, sino todo lo contrario. Alejarme del problema, ocultarlo e ignorarlo no es ser valiente. Pero no puedo soportar seguir viendo sufrir a mi hermana.
Me levanto y, con el puño cerrado, golpeo con toda la fuerza que tengo contra el cristal, que se hace mil pedazos y desaparece junto a la horrible escena que he presenciado. Me tapo la cara con ambas manos y comienzo a llorar mientras me dejo caer de rodillas.
-¿Qué he hecho? – sollozo. Ahora no podré salvarla, no podré luchar contra esos horribles hombres que la torturaban. He destruido la única puerta que me permitía llegar hasta su salvación.
-Todo ha sido culpa tuya.
-Lo sé – respondo a la fría voz que llega a mis oídos. – No he cuidado de ella como prometí que haría siempre.
-Si la hubieras dejado en paz, yo la habría protegido.

Me aparto ambas manos de mis ojos y me seco como puedo la cara para descubrir quién es la persona de la fría voz. No tardo en reconocer la oscura silueta: es mi madre.