domingo, 8 de diciembre de 2013

CAPÍTULO UNO

La relación entre Cordialidad y Erudición siempre ha sido admirable. Cordialidad aporta alimentos y todo lo que Erudición necesita a cambio de inventos que faciliten su modo de vida, como maquinaria para regar los invernaderos. Cuando era pequeña, mi madre se encargaba de ir a la facción de Cordialidad desde Erudición para llevarles nueva maquinaria y recoger suministros. Lo que no sabían los jefes de Erudición es que mi madre tenía otra razón para ir a nuestra facción vecina: visitar a su hermano. Cuando era pequeña, ella se había quedado en Erudición mientras que mi tío se convertía en un trasladado a Cordialidad. En este aspecto, la facción no fue antes que la sangre, que el amor fraternal. Ese amor fraternal que he heredado yo.
Cuando mi madre nos llevaba a Cordialidad, mi hermana Chloe y yo corríamos por los campos con mi primo. "Subid al árbol. Abrazadlo y escuchar lo que os dice" gritaba él. Mi hermana y yo saltábamos al tronco del árbol más cercano y subíamos un poco. Chloe se abrazaba al tronco y pegaba la mejilla en la corteza, clavándose trozos de la superficie. Yo, sin embargo, era incapaz de detenerme una vez que había empezado a subir. Trepaba a las ramas más altas y más delgadas y sacaba la cabeza por entre las hojas, observando desde arriba los campos y la carretera que llegaba hasta la vaya donde estaban las otras cuatro facciones: Abnegación, Osadía, Verdad y Erudición. Yo no tenía miedo de las alturas, no tenía miedo de correr hasta que los pulmones me ardieran, no tenía miedo de caer y sangrar. Me levantaba del suelo sin pensarlo dos veces y seguía saltando y corriendo.
Puede que fuera allí, en la lejana y tranquila Cordialidad, donde me diera cuenta de que no era erudita. Yo soy osada.

-¿Quieres bajar de ahí?
Me encuentro en el parque que hay frente a la sede de Erudición, en lo alto de las esculturas de acero, junto a mi mochila y mis libros de las clases. Este es el único lugar en el que puedo ser yo misma y erudita al mismo tiempo.
-No - respondo con sequedad.
Mi hermana, a los pies de la escultura, ya hace horas que ha terminado sus tareas para el colegio. Yo, sin embargo, puedo tardar toda la tarde en terminarlos. No puedo escribir dos líneas en las páginas de mi desgastado cuaderno sin distraerme con el sonido de los trenes que pasan junto a los límites de la facción.
-Ya está anocheciendo. Por favor, Eleanor. Quiero volver a casa.
Bajo la vista y me encuentro con la cara de mi hermana, llena de preocupación. Cierro el libro y el cuaderno que tengo sobre mi regazo y los guardo en la mochila. Una vez me la he colgado sobre los hombros, bajo de un salto.
-Vamos a casa.
Alargo el brazo hacia mi hermana y ésta enlaza sus dedos con los míos.
Caminamos por las calles desiertas de la facción. Todos deben estar en la sede buscando información en los ordenadores o pasando una tras otra todas las páginas de los cientos de libros.
-Mañana es la prueba. -Comenta con temor Chloe.
-Lo sé.
Mantengo la mirada clavada al frente. Estos temas son peligrosos y cualquier indicio de duda o temor puede meternos en problemas. Mi hermana no lo comprende a pesar de mis cientos de advertencias, sigue siendo inocente e incapaz de sospechar de alguien. Es su parte abnegada.
Llegamos a la calle en la que está nuestra casa. Todas son distintas, aunque todas las fachas son de algún tono azul. Reconozco la nuestra gracias al pequeño cartel en el que se puede leer nuestro apellido: Stone.
Me tomo un par de minutos antes de entrar. Es el momento de fingir ser erudita, el peor momento del día. Me encantaría poder entrar corriendo y gritando, subiendo las escaleras de tres en tres sin que mi madre me regañe y me explique los efectos que el ruido tiene en nuestro organismo. Llevo desde que tengo conciencia fingiendo interesarme por los conocimientos y sigo sin acostumbrarme.
A mi lado, con su mano aun sujetando la mía, mi hermana espera pacientemente a que esté lista para atravesar la puerta.
"Tranquila" me digo a mi misma, "es la penúltima vez que atravesarás esta puerta como una erudita. No tendrás que volver a fingir".
Suelto la mano de mi hermana, me acerco a la puerta y llamo con los nudillos. Cuando me giro para mirar a Chloe por última vez en el día de la forma en que es ella misma me doy cuenta de que me tiende uno de los dos libros que sostiene en el regazo. Lo cojo rápidamente y lo abro. ¿Por qué tenemos que fingir las dos pero solo a mí parece importarme? La puerta se abre justo cuando vocalizo un "gracias" para mi hermana. Al otro lado de la puerta está mi madre, vestida con una blusa azul y unos pantalones de vestir azul marinos. El pelo rubio le cae en tirabuzones sobre los hombros. Es guapa para mucha gente, pero no para mí. Tiene una expresión tan débil... Mi hermana se acerca decidida, cierra el libro y le da un beso en la mejilla. Yo me acerco y hago lo mismo, aunque noto que mi madre se distancia un poco al ver que me aproximo.
-Aquí estáis - suena la voz animada de mi padre desde el salón.
Sigo a mi hermana y nos asomamos a la gran estancia. Mi padre, con un traje azul oscuro, está sentado en el sofá con el ordenador. Nos acercamos a él y le damos dos besos cada una.
-¿Estáis nerviosas? ¿Cuál de las dos puede decirme en qué consisten las pruebas de elección?
He aquí la vida de un erudito.
-Que sea Chloe - contesto rápidamente - Yo quiero buscar una duda que me ha surgido.
Me dispongo a salir del salón, pero en ese momento entra mi madre.
-¿Qué duda? Tal vez podamos resolverla, Eleanor.
La miro a los ojos y veo el odio a través de ellos. Sabe que miento, es una de las dos personas que sabe cuándo miento.
-Déjalo, Eleanor. Luego lo haré yo, no importa.
Me doy la vuelta y miro perpleja a Chloe. En cuanto veo su expresión, sé que está encubriéndome, así que entro en su juego.
-No. Te prometí que lo haría.
-¿De qué habláis? - Pregunta mi padre.
-Mientras hacíamos los deberes en la biblioteca he estado pensando cómo podríamos mejorar un programa de los ordenadores de la sede que nos permita buscar información de otras facciones. Le he pedido a Eleanor que compruebe los datos que he sacado de la biblioteca con los que encuentre en los libros que tenemos arriba.
Mi madre me mira de arriba a abajo, pero mi padre parece convencido.
-Está bien. Subid ambas a vuestro cuarto y trabajad. Os ayudará a manteneros entretenidas.
Salgo corriendo del salón-biblioteca, pero justo al llegar a la escalera me doy cuenta de que no puedo correr. Así que avanzo despacio.
Llego a mi dormitorio. Es bastante grande, aunque claro, los eruditos necesitan amplias paredes azules que llenar con estanterías para libros. También hay una litera que comparto con Chloe con sábanas azules. En la vida de un erudito todo tiene que ser azul, pues se sabe que este color hace secretar sustancias relajantes en nuestro organismo. Un organismo relajado es fundamental para una mente sana y capacitada para trabajar.
Salto y me subo a las barras de hierro que hay en la litera, me impulso hacia arriba y caigo de bruces en mi cama.
-¿Podrías usar la escalera? Para algo está - comenta mi hermana entrando por la puerta y cerrándola tras ella.
-¿Y dónde dejas la diversión? Ahora que lo pienso mamá debería haber quitado la escalera hace tiempo. No es lógico dejar un objeto del que no se hace uso – digo, recalcando la palabra “lógico”.
Me río y me dejo caer con la cabeza sobre la almohada.
-Ella cree que esa escalera se usa, Eleanor.
Río con más ganas que antes.
-Claro que lo sabe.
-¿Por qué la odias tanto?
-¿Yo la odio? - Me incorporo un poco y me cruzo de piernas. - Ella me odia a mí, Chloe. No sabes cuánto deseo perderla de vista.
Se hace el silencio, un silencio que aprovecho para sacar de debajo de mi colchón mi cuaderno de dibujo. Paso las páginas y lo dejo abierto en una en la que he pintado la llama de osadía. Alrededor hay varios recortes de periódico en los que se ven osados paseando por las calles o saltando de los trenes.
-Estoy esperando algo - dice mi hermana con voz cantarina, asomándose a la litera de arriba.
-Gracias - digo cerrando el cuaderno - Aunque ya sabes que no necesito que me ayudes.
-Claro que no. - responde ella con ironía.
Ambas nos quedamos en silencio. Mi hermana coge uno de los cientos de libros que tenemos en las estanterías de nuestro cuarto  y yo clavo mi mirada en un punto del techo. El silencio es profundo, pero no incómodo. Chloe y yo estamos acostumbradas a guardar silencio siempre. Dentro de una semana, estaré en un lugar en el que jamás hay silencio y, en cierto modo, no sé si añoraré estar así con mi hermana.
-Eleanor – susurra mi hermana - ¿Crees que tomaré la decisión correcta?
Me incorporo y dejo caer la mitad de mi cuerpo por un lado de la litera para poder ver la cama de abajo. Mi hermana está tumbada boca arriba, con la vista clavada en las tablas que impiden que mi colchón caiga sobre ella. Está en la misma posición que está siempre que piensa sobre su futuro. El libro ya no está en sus manos, sino en la mesita de noche que tiene al lado.
-¿Aún no sabes lo que vas a hacer?
-Temo tomar la decisión equivocada. – afirma, cerrando los ojos.
-Está bien – me agarro con una mano al hierro del cabecero y me dejo caer hasta estar de pie sobre el colchón de mi hermana. Ésta se desplaza hacia un lado para hacerme un hueco y ambas quedamos tumbadas, una junto a la otra. – Repasemos cada una de las facciones. Erudicción…
-Acabarían descubriendo lo que soy.
-Osadía.
-La iniciación es muy complicada y jamás conseguiría superarla, además de que no tengo nada de osada.
-Verdad.
-Tendría que revelar todos mis secretos ante el suero de la verdad.
-Abnegación.
-No, abnegación no.
-Chloe – digo suspirando – es la mejor. Eres abnegada y lo sabes – susurro lo más bajo que me es posible.
-No, Eleanor. Abnegación y Erudición son enemigas. No me sentiría bien conmigo misma si eligiera Abnegación, y lo sabes. Sería una traidora para todo el mundo.
-No lo serías para la gente que conocieses en Abnegación. Sólo serías una traidora para los rencorosos eruditos – ni siquiera me molesto en sonar poco asqueada – Para mí tampoco serías una traidora. La facción antes que la sangre, ¿recuerdas?
-Tú eres la única persona que sabe lo que soy.
Sí. Soy la única persona que sabe lo que es mi hermana: una divergente. Una chica cuya mente es tan soñadora que se adapta a las características de más de una facción. En su lugar, de Erudición y Abnegación, puede que incluso también de Cordialidad.
-Cordialidad.
-Es mi mejor opción – comenta resignada.
De nuevo, esa resignación ante la posibilidad de ir a Cordialidad. ¿Por qué? Si desde pequeña le ha encantado esa facción. Sus huertos, su alegría, su tranquilidad, su gente, sus colores…
-Sabes lo que tienes que hacer mañana, ¿no?
-Comportarme como una cordial – repite mecánicamente, como si hubiera dicho esa frase cientos de veces, lo que probablemente sea cierto. – No sé si lo conseguiré.
-Lo conseguirás – aseguro, pues no admito duda respecto a este tema – Llevas toda la vida yendo a la facción de Cordialidad. Sabes cómo se comportan, cómo piensan… Llevo años obligándote a comportarte como tal.
-Pero Cordialidad no es mi lugar.
-Chloe – mi tono se vuelve grave, serio, como sólo lo hace cuando estoy realmente mosqueada o cuando algo me preocupa demasiado como para quitarle importancia, como es el caso – es mejor que estar muerta, ¿no crees?
-No seré feliz, Eleanor. – la voz comienza a quebrársele.
-Sí serás feliz. Acabarás acostumbrándote.
-¿Te acostumbrarías tú a vivir aquí?
Se hace el silencio entre ambas. Lo que ocurre siempre que acaba saliendo este tema. Yo no soy erudita, y jamás sería feliz aquí, en Erudición.
-Es diferente. Yo no corro el riesgo de que me maten.
-Eleanor…
-¿Por qué no te vas a Abnegación? Seguro que eres más feliz allí, y es tu lugar.
Lo digo más alto de lo que debería. Así que cierro la boca con fuerza, temiendo que alguien me haya oído. Pero nadie lo ha hecho salvo mi hermana. Supongo que la conversación ha concluido, así que me engancho al barrote de la cama de arriba y tiro de todo mi cuerpo hasta estar de nuevo en mi cama.
-¿Por qué odias tanto a mamá, Eleanor?
La pregunta es como una puñalada y probablemente sea la única pregunta que no estoy dispuesta a contestar a mi hermana.
-Buenas noches, Chole.

A lo largo de toda la noche, escucho cómo mi hermana me llama una y otra vez. Sin embargo, yo sigo fingiendo estar dormida.