lunes, 28 de julio de 2014

CAPÍTULO CINCO

Veo cómo tiembla mientras sube las escaleras. Se sienta en la silla que hay justo a mi lado e intenta cogerme de la mano, pero yo la aparto con brusquedad.
-Eleanor, escúchame, por favor - susurra mi hermana - No podía elegir abnegación. He sido egoísta. Me he dado cuenta de que lo que me importa ante todo es mi felicidad. Llegué a la conclusión de que me daba igual la facción, lo que me importaba era estar contigo. Eleanor, eres la única persona que me comprende, no podía separarme de ti.
Su explicación hace que me den ganas de pegarle, por impotencia. No por ella, sino por mí, por no haberme planteado la dificultad que tendría mi hermana al intentar separarse de mí. Debería haber previsto esto, y lo he pasado por alto.
Ignoro las súplicas de mi hermana e intento concentrarme en lo que queda de ceremonia. Los osados vuelven a gritar cuando un chico de Cordialidad deja caer su sangre sobre las brasas. Es algo nunca visto.
Dirijo la vista hacia mis padres y descubro que ninguno de ellos mira hacia donde nos encontramos mi hermana y yo. Mi madre no levanta la vista del suelo, lo que me provoca cierto rencor. Debería mirarnos y afrontar la realidad: que sus dos hijas han decidido separarse de ella, aunque sólo le importara que Chloe se quedara. Verla así de débil es lo que más odio de ella.
Sigo ignorando a mi hermana cuando la ceremonia finaliza y los osados se ponen en pie. Camino junto a ellos y no miro atrás para ver por última vez a mis padres. Sin embargo, sí lo hace mi hermana. Esto me mosquea, así que le cojo la mano y tiro de ella.
-Compórtate como una de ellos - digo empujándola, justo cuando los osados empiezan a correr.
Pasan de largo los ascensores entre bromas y empujones y se acercan a la puerta que da a las escaleras. La marea negra comienza a descender velozmente y yo me uno a ellos, saltando las escaleras de tres en tres. En todos los años en los que he tenido que vivir en Erudición me han enseñado que correr está mal, y aun así, era algo que siempre deseaba hacer. Por eso aprovecho este momento. Sin embargo, no puedo correr tanto como a mí me gustaría, pues mi hermana se queda de las últimas del grupo. Con un último sprint, alcanzamos a los iniciados cuando llegamos al vestíbulo, y salimos del Centro.
El sol está en lo alto del cielo y nos deslumbra al salir. Los colores de las facciones se mezclan en la entrada del edificio. Cojo a mi hermana de la mano y la obligo a correr más rápido, siguiendo a los jóvenes de negro, que se dirigen hacia las vías del tren. Noto como mi hermana tira de mi brazo hacia atrás, pero la empujo y la obligo a seguir corriendo.
-No te preocupes - tengo que gritar entre el ruido de los osados para que mi hermana me escuche - No es tan difícil.
-¡Es una locura! - exclama.
Me agarro a la escalera de mano y comienzo a escalar hacia las vías justo detrás del resto de osados. Cuando llego arriba, los músculos de mis brazos se han endurecido. Miro hacia abajo y observo a mi hermana a mitad de la escalera, agarrada a los asideros como si le fuera la vida en ello.
-¡Chloe! - exclamo mirando hacia abajo - La idea es subir.
Observo sus manos, que se han vuelto blancas debido a la fuerza con la que se agarra a los asideros. Entonces lo entiendo todo: a mi hermana le aterran las alturas.
-Chloe, escucha. No mires abajo.
Levanta la cabeza, permitiéndome descubrir el terror que refleja.
-No puedo. - entonces suena el tren y las vías comienzan a temblar por su proximidad - Vete, Eleanor.
Pero niego con la cabeza y comienzo a descender rápidamente por la escalera hasta que mi pie derecho se sitúa en el asidero en el que mi hermana está apoyada.
-Chloe sube conmigo. Lo haremos juntas.
Miro hacia abajo para verla asentir y ambas avanzamos lentamente hacia arriba, mientras que el temblor de los raíles se hace más fuerte. Cuando consigo llegar de nuevo a la plataforma me agacho para ayudar a mi hermana a subir. El tren ya ha llegado, y los osados comienzan a subir a los vagones con las puertas abiertas.
De nuevo, agarro a mi hermana y empezamos a correr. Por desgracia, Chloe no es capaz de correr lo mismo que yo. Sé que la estoy forzando demasiado, pero el tren comienza a acelerar.
-¡Tienes que saltar!
-¡No puedo! - grita entrecortadamente por el esfuerzo - Ve tú, Eleanor. Salta.
-¡No pienso dejarte! - el grito me raspa la garganta, y el dolor lo uso como ayuda para tirar más de mi hermana y empujarla hacia uno de los vagones, en los que uno de los osados nos tiende la mano.
Mi hermana grita de terror, pero coge la mano del desconocido, quien tira de ella. Desaparece en el interior del vagón mientras que yo sigo corriendo para coger carrerilla. Veo el final de la plataforma, que alcanzaré en pocos segundos. El esfuerzo por lanzar a mi hermana al vagón me ha hecho perder demasiada velocidad y me ha dejado exhausta. Varias manos osadas salen por el borde del vagón, pero no llego a cogerlas. La plataforma se acaba y noto el nudo en el estómago. Si dejo de correr, perderé aquello que he estado deseando toda mi vida. Si no dejo de correr, caeré desde una altura que me matará.
Decido seguir corriendo y utilizo el borde de la plataforma para saltar
El aire me sacude con fuerza el pelo y todos los músculos de mi cuerpo se ponen en tensión. La superficie más cercana está a unos quince metros de distancia por debajo de mí. Pero he cogido suficiente impulso como para poder agarrarme a los asideros del tren. La velocidad de éste y la fuerte corriente de aire me impulsa hacia atrás y los dedos de las manos se me resbalan un poco, pero me agarro con fuerza, clavando mis uñas en las palmas de mis manos. La mano de un chico vestido de negro se coloca sobre la mía, contra el asidero. No intento soltarme para agarrar su mano, porque sé que caeré al vacío, y él parece entenderlo a su vez porque lo único que hace es apretar mi mano contra el asidero, para que no resbale. Intento mirar hacia delante, hacia la vía, y sonrío al descubrir que hay una curva a izquierdas, una curva que aprovecharé para entrar en el vagón del tren.
La velocidad del tren disminuye lo suficiente para girar con seguridad. El cambio de dirección me impulsa hacia delante, y enseguida noto varios pares de brazos que me agarran por la cintura y tiran de mí hacia el interior. Caigo hacia atrás riendo, con lágrimas en los ojos por culpa del viento que me ha golpeado en la cara. Aún de rodillas en el suelo, me asomo al borde del tren. El final de la plataforma no está muy lejos, pero el recorrido me ha parecido eterno y aterrador, sin embargo, ahora río, feliz de haber logrado superar mis límites y sorprendida por la fraternidad que han mostrado los osados al ayudarme.
-Lo que hay que ver. Por lo que se ve, no eres erudita, ¿eh? - pregunta alguien con ironía - Soy Conor.
Acepto la mano que el chico me tiende y me pongo de pie. Va vestido completamente de negro con una chaqueta abierta del mismo color y la mitad de su cara está decorada por un intrincado tatuaje de tinta azul celeste, del mismo color que sus ojos.
-Eleanor - digo sonriente.
-¿No has pasado miedo? - pregunta una chica rubia que lleva puesto un corto top que solo oculta su pecho.
-Pruébalo tú, Sheyla, a ver qué te parece - reconozco la voz de Willa que me da un golpe en la espalda - Me alegro de verte, Eleanor.
Descubro sorprendida que todos los que me rodean son nacidos en Osadía. Giro sobre mí misma y encuentro a los iniciados trasladados sentados en la parte de atrás del vagón. Muchos están pálidos y otros me miran con rencor. Mi hermana aparece entre los iniciados y me abraza, enroscando sus brazos alrededor de mi cuello. Tiene la cara mojada y los ojos enrojecidos.
-No vuelvas a hacerme eso - dice con voz ronca mientras me empuja hasta la pared, donde nos quedamos apoyadas, fundidas en un abrazo.
-Tranquila. Estoy bien. - susurro, acariciándole el largo y oscuro pelo.
La adrenalina desaparece de mi sangre antes de lo que me hubiera gustado y enseguida comienzo a enfriarme. Evito tiritar y me separo de mi hermana para asomarme al tren. Me agarro a los asideros para no caer, aunque ahora el tren circula a ras del suelo. Pasamos por los destruidos edificios que hay junto al pantano, donde siempre he sospechado que se encontraba la sede de Osadía. Al parecer, mis suposiciones eran ciertas, porque en cuestión de segundos uno de los osados exclama:
-Ahí está.
El tren asciende por una pendiente y aparecemos en lo alto de un edifico. No tiene tejado, sino una terraza pedregada. Me asomo un poco más y descubro que los osados de los primeros vagones han empezado a saltar.
-¡Chloe! - me giro para buscar a mi hermana con la mirada entre el jaleo que comienza a formarse en el vagón.
Vuelvo a observar al edificio. Hay que saltar dos metros para llegar hasta él o acabas en la calle que trascurre a unos veinte metros bajo nosotros. Mi hermana llega junto a mí y me da la mano.
-No hay tiempo que perder.
Cuando estoy a punto de lanzarme hacia el edificio, me agarra con fuerza por el brazo. Los osados comienzan a saltar en nuestro vagón.
-¡Es una locura! - exclama.
El tren, que ha disminuido la velocidad, no tardará en volver a acelerar.
-¿Confías en mí?
Veo el pánico en sus ojos. Sin embargo, asiente. No me da la mano, sino que retrocede hasta la pared opuesta del vagón y corre hacia la puerta. Mi hermana salta para después caer y rodar por el suelo del tejado pero, al menos, lo ha conseguido.
Yo camino dos pasos para poder saltar con impulso. Caigo dando una voltereta, pero caigo de rodillas y me pongo en pie sin problemas. Camino hacia donde está mi hermana, que se ha puesto de pie para sacudir la tierra de sus pantalones azules. Comienzo a sudar por el esfuerzo y bajo la cremallera de mi sudadera azul, dejando al descubierto una camiseta de tirantes negra. Mi hermana me observa con el ceño fruncido.
-Ya no formo parte de ellos - le digo cuando ambas comenzamos a caminar detrás del grupo de iniciados - y tú tampoco.
Los osados se detienen al llegar a lo que parece un patio central en el edificio, lo que ha originado un gran agujero cuadrado en la azotea. Desde donde estamos se pueden ver las ventanas que dan al interior del edificio, aunque están tan ennegrecidas que no se ve nada en el interior. ¿Será esta la sede de Osadía? Lo dudo. Es demasiado fácil llegar hasta ella.
Me detengo al encontrar frente al grupo a tres osados adultos, entre los que se encuentra Sky Meller, el líder de Osadía.
-Buenos días. He llegado algo antes que vosotros – una cálida sonrisa aparece en su rostro. Está subido al alféizar del patio lo que nos permite verlo sin problema -Habéis elegido Osadía, pero no todos llegaréis a ser osados. ¿Cuántos no han conseguido llegar hasta aquí?
-Hubo uno que se quedó atrás antes de subir al tren - dice uno de los veraces que hay situados un poco más adelante.
-No está mal. Ahora quiero que os asoméis al borde, por favor.
Todos nos aproximamos, con cierta precaución, al borde. Efectivamente, se trata de un patio interior del edificio, al fondo del cual, hay un gran agujero negro.
-Tenéis que saltar -anuncia Sky, provocando numerosos murmullos por parte de los iniciados.
-¿Qué hay al fondo? - pregunta un osado, lo que me hace pensar que ni siquiera los que han nacido en Osadía conocían ese agujero.
-Solamente aquellos que salten lo averiguarán. - responde Sky.
-¿Tú lo sabías? - me pregunta Chloe en un susurro.
-No - niego con la cabeza.
Esto no ha aparecido jamás en los ordenadores de la sede de Erudición, ni en los libros. Ni siquiera Stan me informó sobre que debía saltar al vacío para llagar a Osadía, él se limitó a prepararme, no a aportarme información.
-¿Quién va a ser el primero? - pregunta el líder.
Todos los iniciados comienzan a murmurar palabras tales como "locura" o "suicidio". Palabras que me recuerdan a mi hermana cuando hablaba de los osados hace tan solo unas horas. La miro y, en contra de lo que esperaba, no contempla el agujero horrorizada, sino que sus ojos están clavados en mí.
-Nos vemos abajo – susurra, sabiendo lo que voy a hacer a continuación.
Asiento y camino hacia atrás. Todos los iniciados siguen en el borde, mirando hacia abajo. Ya he saltado al vacío antes, y me colgué de unos asideros en el aire. Nada me impide saltar. Así que avanzo velozmente y me impulso en el borde del tejado. Los oídos se me taponan y contemplo con fascinación cómo me precipito hacia el oscuro fondo del agujero. La luz del día desaparece y me engulle la oscuridad. Pero no tengo miedo. No grito. Simplemente, me dejo llevar.
Noto un fuerte impacto contra mi espalda, pero no lo suficiente como para que mi cuerpo no soporte el golpe. No ha sido el suelo. Mi cuerpo desciende y asciende a continuación, separándose de la superficie para volver a impactar contra ella.
No. No es el suelo. Es algo elástico. Es una red. De repente, una luz aparece en mi campo visual, procedente de una linterna. A rastras y con dificultad, gateo sobre la red elástica hacia ella y unos brazos me ayudan a ponerme en pie y me sacan de la red. Me iluminan con la luz de la linterna en la cara, lo que me hace entrecerrar los ojos.
-Una eudita. La primera saltadora ha sido una erudita.
Esta afirmación me hace sonreír.
-Ya no soy erudita – le digo al hombre que sostienen la linterna, al que soy incapaz de ver, y me quito la sudadera azul.
-¿Liberada? – aparta la linterna y me permite ver con mayor claridad. El que hay frente a mí no es un hombre, sino un chico de unos veinte años, con pelo oscuro aplastado contra la cabeza – Yo soy Pec y, teniendo en cuenta que eres trasladada, seré tu monitor.
-Genial. Yo soy Eleanor.
Se escucha el impacto que produce otro cuerpo al caer sobre la red y me giro para intentar ver al segundo saltador. Pec me empuja contra la pared y me quedo allí, camuflada con la oscuridad. Miro a mi alrededor para comprobar que estoy en un túnel. Las paredes no son completamente lisas, sino que hay trozos en los que está formada por grandes piedras. En el techo del túnel hay pequeñas luces que apenas iluminan un metro de éste, y con una intensidad bastante baja. Por esto, no habría sido capaz de distinguir el rostro del iniciado que me ha seguido si no fuera por la linterna de Pec.
-Vaya, este es osado.
Efectivamente, el chico que acaba de salir de la engatusadora red elástica, viste de negro, tanto que apenas lo distingo de las paredes del túnel. El chico es de una altura normal, pero imponente. Sus brazos tienen el grosos de tres de los míos, lo que me hace cuestionarme cuántas horas habrá pasado este chico entrenando. Aun así, me veo venciéndole en una pelea. Seguro que soy más rápida que él y, aunque algo más alta, seguro que también soy más escurridiza. Además, él no puede atacar con los huesos, mientras que de codos para abajo, en mí no predomina el músculo. El chico me lanza una mirada analizadora y se apoya en la pared que hay frente a mí. Lleva el pelo marrón peinado con una cresta y una de las orejas está perforada por cientos de sitios.
No me da tiempo a fijarme mucho en él, pues se oye un grito extraño y otro chico aterriza en la red. Pec vuelve a ayudarlo a bajar y el chico da pequeños trotes hasta que la luz que hay sobre mi cabeza lo ilumina un poco. Éste también es osado, aunque a diferencia del primero, no es tan robusto. Es alto (me saca una cabeza) y rubio. Sus brazos son un poco más gruesos que los míos, pero no mucho. Tiene un piercing en el labio inferior que le daría un toque siniestro a su sonrisa si no tuviera los dientes perfectos. Parece el típico chico que no deja de sonreír jamás.
-Eso parecía una telaraña – comenta, lo que me provoca un escalofrío y me despego un poco de la pared.
-Ni siquiera la erudita ha dado los grititos de niña que has dado tú – oigo que comenta Pec en la oscuridad.
-¿Quién? ¿Está? – por primera vez, sus ojos, azules como jamás los había visto, se clavan en mí.
-Tengo nombre.
-Disculpe, no he tenido el placer de conocerlo.
Es su tono educado y a la vez lleno de ironía lo que me pone de los nervios. Frunzo el ceño y lo miro de arriba abajo.
-Ni lo tendrás – respondo con voz amarga.
-Vaya, vaya. Me parece que tenemos aquí a una chica borde.
-Sólo con los imbéciles como tú. – y doy por acabada la discusión.
En ese momento se unen a nosotros otros dos chicos, esta vez veraces. Uno es bajito y moreno, mientras que el otro es alto y castaño claro. Se sientan con la espalda pegada a la pared y comienzan a hablar entre ellos.
Poco a poco, más iniciados se unen a nosotros. Cuando al fin aparece mi hermana, con la cara blanca, se acerca a mí y se echa el pelo hacia atrás. Está aterrada, pero ahora no es momento de mostrar lo que sentimos cada una de nosotras. Yo siento alivio, pues por un momento he llegado a pensar que no saltaría. El último chico es el trasladado de cordialidad, quien grita de terror mientras cae y, una vez consigue bajar de la red, comienza a temblar.
-No hay más – se le escucha susurrar entre castañeteos.
-¿De qué hablas? – una chica veraz con el pelo corto se abre paso para llegar hasta él. – Hay uno más, un veraz.
-No piensa saltar – dice el cordial, negando con la cabeza.
-Está bien. Seguidme entonces.
Pec se abre camino entre los iniciados y deja a la chica veraz allí de pie, inmóvil. Todos seguimos al osado, a quien sólo vemos cuando las luces del techo iluminan la parte de arriba de su cabeza. Cuando se vislumbra el final del túnel, Pec se da la vuelta y se coloca en la entrada, impidiéndonos pasar.
-Está bien. Callaos un momento. Tú, el imbécil de azul. ¡Cállate!
Me doy la vuelta para ver a un erudito apoyarse en la pared con cara de enfado. Lo reconozco de haberlo visto en la sede de Erudición. Royce.
-Vais a pasar unas semanas entretenidas. Lo primero que haréis será pasar por vuestro pasaje del miedo, dentro de unos minutos – esto provoca una nueva avalancha de murmullos, especialmente entre los trasladados. En la oscuridad del túnel, mi hermana coge mi mano con fuerza – Una vez hayáis pasado, quien no haya muerto del susto, se irá con los iniciados de su grupo. Habrá dos: uno para los nacidos en Osadía, y otro para los trasladados. Aunque ya os advierto de que esta separación no será permanente. ¿Queda claro?
Se escucha un “sí” colectivo, que hace eco en el túnel que acabamos de atravesar.
-Seguiréis con vuestra iniciación, entrenando y superando pruebas. Hay dos fases, en las cuales se eliminará a un número de iniciados aún por determinar. Cuando paséis estas dos fases, volveréis a pasar por vuestro pasaje del miedo. – Pec guarda silencio un momento y nos mira a todos y cada uno de nosotros antes de volver a hablar – Solo aquellos que hayáis progresado destacadamente podréis llamaros osados. Y ahora, en marcha.
Se aparta de la entrada del túnel, permitiéndonos pasar. Cuando salimos de la oscuridad, todos lanzan exclamaciones de sorpresa. Ante nosotros se encuentra una caverna, con las paredes de piedra y numerosos niveles y estrechos pasillos. En algunos hay barandilla, mientras que en otros se prescinde de ella. Se escucha el rugido del agua circular e impactar contra las paredes de roca y al fondo se distingue un río de salvaje corriente.
Miro a un lado y a otro. Hay osados por todas partes, incluso niños que no dejan de correr por los peligroso bordes. Mi hermana cierra con fuerza los puños, de nuevo, aterrada. Suspiro con fuerza ante lo que sucederá ahora.
He pasado años entrenando para tomarme este período de mi vida con calma y destacar. Sin embargo, ahora mi misión no es esa.

Tengo que asegurar que mi hermana supere a la iniciación.

lunes, 14 de julio de 2014

CAPÍTULO CUATRO

Caminamos hacia el que ha sido nuestro hogar durante años y a partir de mañana dejará de serlo para ambas. O al menos, eso es lo que espero. Mi hermana me tiende uno de los libros cuando estamos en la puerta, pero lo rechazo. Será la última vez que cruce esta puerta azul, la última vez que me comportaré como una erudita. La emoción impide que coja el libro.
Mi madre abre la puerta, como todos los días, y me mira con el ceño fruncido. Yo, por el contrario, le dedico la sonrisa más falsa que verá jamás en mi rostro.
-Habéis tardado en llegar.
-Nos entretuvimos por el camino – mientras mi hermana se dedica a dar explicaciones, paso por debajo del brazo de mi madre y entro en la casa.
-¿Qué tal las pruebas? - pregunta mi padre, que baja por las escaleras.
Tiene el pelo lleno de canas y es alto y esbelto. Vino de Verdad y de pequeña siempre lo consideré un hombre al que no podía mentirle, que conocía todos mis secretos. Ahora que ya he cumplido los dieciséis años, no sé si eso es verdad. Lo que está claro es, que si conoce lo que soy, no parece molestarle tanto como a mi madre.
Puede que mi padre sea lo único que eche de menos de esta facción. Mi padre y su confianza.
-Perfectas – contesto, mientras comienzo a subir las escaleras – Estaré en mi cuarto, pensando sobre ello.
Mi padre no dice nada más. Asiente y sigue bajando para abordar a mi hermana.
Cuando llego a mi habitación, me agacho bajo la cama de Chloe y levanto una de las baldosas del suelo, de donde saco una maleta negra en el momento en el que mi hermana entra en el cuarto.
-Oh, oh, ¿qué vas a hacer? - pregunta, mirándome con preocupación.
-Esta noche tengo que salir a hacer un par de cosas. No te preocupes.
-Puedo entretenerles – Chloe se sienta en su cama junto a mí, mientras que yo saco mi cuaderno de dibujo de debajo de mi colchón y lo meto en la mochila.
-Te lo agradecería mucho – le sonrío ampliamente – Pero mientras anochece, ¿qué te parece pasar un rato comportándonos como hermanas?
No lo duda ni un segundo. Se lanza hacia mí y enrosca sus brazos alrededor de mi cuello, con fuerza. Su cuerpo empieza a temblar y yo le devuelvo el abrazo.
-No, por favor Chloe. No empieces a llorar. ¿Quieres que yo haga lo mismo?
Esto la hace reír entre lágrimas. Fundidas aún en un abrazo, nos dejamos caer sobre su cama.
-Te voy a echar de menos – confiesa, y entonces se separa de mí.
-Yo también – aseguro, cogiendo su mano con fuerza y reprimiendo el nudo de mi garganta.

Cuando anochece, a mi hermana y a mí nos ha dado tiempo a analizar toda nuestra infancia juntas. Nuestros días en la sede de Cordialidad; mis intentos por averiguar a qué facción pertenecía, obligándola a escalar las esculturas de acero que hay frente a la sede de Erudición; todas las veces que sacó la cara por mí ante nuestra madre; y nuestras peleas de pequeñas, en las que mi madre acababa castigándome por tirarle del pelo y mi hermana decidía hacerse pasar por mí y ocupar mi lugar en el salón-biblioteca de nuestra casa, leyendo, mientras yo seguía jugando en la calle con los vecinos.
Nos separamos con un fuerte abrazo. Ella se dirige a la puerta para distraer a mis padres y yo, cargada con la mochila con cosas que me importan, menos de las que pensaba, me subo al alféizar de la ventana y bajo en silencio por el canalón.
Mientras me alejo de la casa, observo las luces de la sala de abajo y las siluetas moviéndose. Toda mi familia se reúne mientras que yo, por otro lado, decido ir al sector de los abandonados.
En la esquina de la calle recojo mi sudadera negra y con ella puesta corro hasta las afueras de la sede, por donde pasa uno de los trenes que conduce al sector de los abandonados. Esta vez ni siquiera me hace falta agarrarme a los barrotes de los vagones, sino que con un limpio salto caigo en el interior. Me pongo de pie y observo las luces de la ciudad, como todos lo días. Poco a poco se van apagando. Es una de las medidas de ahorro que ha impuesto el gobierno abnegado y con la que mi facción no está totalmente de acuerdo.
Los edificios azules dejan paso a las ruinas de la ciudad cercanas al pantano y, poco después, a las monótonas casas del sector abnegado. El viaje hasta las destartaladas calles y los derruidos edificios que hay en territorio abandonado dura tan solo quince minutos.
Salto a la azotea más alta y ruedo por el suelo hasta que me choco contra un pequeño muro que me salva de una caída mortal. Intento levantarme, sacudiéndome la ropa de la suciedad que hay en la parte más alta del edificio y me froto el brazo derecho, que ha sido el que ha impactado con el muro.
-No ha sido tu mejor salto – oigo que dice una voz.
Me pongo en posición de alerta, escrutando la oscuridad, hasta que la risa del individuo lo delata, sentado junto a la escalera de incendios.
-Vaya, vaya. Pensaba que no vendrías después de nuestro último encuentro – digo sentándome junto a él.
-Bonito encuentro el nuestro. Aprendí que nunca debes intentar aprovecharte de una futura osada. Tengo un recuerdo, ¿sabes?
Stan se levanta su camiseta gris, de abnegación, y bajo la luz que proyecta la luna llena logro ver una alargada y fina cicatriz rosada en su abdomen, mucho más musculoso que la última vez que lo vi.
-¿Has estado entrenando? - pregunto, acariciando con un dedo su cicatriz, lo que le provoca un escalofrío.
Sonrío con malicia.
-Parece increíble que me apuñalaras hace dos meses y ayer hicieras lo que hiciste por ponerte en contacto conmigo. ¿Te lo pasaste bien con aquel chico?
Me encojo de hombros.
-No estuvo mal – entierro los dedos de mi mano en el pelo de su nuca y él echa la cabeza hacia atrás – pero contigo me lo he pasado mejor.
-¡Qué mala eres! - ríe con fuerza, acabando con el silencio de la noche.
Se acerca a mí y yo rodeo su cintura con mis piernas. Me coge del pelo y me echa a cabeza hacia atrás mientras me besa con delicadeza el cuello. La suavidad da paso a una pasión frenética y Stan comienza a darme pequeños bocados en el cuello.
En seguida siento el acero que esperaba bajo mi garganta y Stan se aleja de mí, sin soltarme el pelo y con una daga amenazando con degollarme.
-Qué ingenua eres, pequeña. ¿Qué es eso de bajar la guardia?
Apenas ha terminado de hacer la pregunta cuando le asiento un codazo en las costillas al mismo tiempo que, con la otra mano, le arrebato el arma. Cae al suelo y yo me sitúo a horcajadas sobre él, con la daga sobre la cicatriz rosada que oculta su camiseta.
-Eso mismo digo yo, ¿qué es eso de bajar la guardia?
Sonríe forzadamente y ejerzo un poco de presión con el arma, lo que le hace se tense.
-¿Quieres una cicatriz nueva, o la prefieres en el mismo sitio?
La sonrisa de su rostro desaparece y me mira fijamente.
-Estás lista – dice con seriedad.
Asiento lentamente. Claro que estoy lista, él lleva tres años encargándose de que llegado el momento lo estuviera. Ahora lo sé, sobreviviré a la iniciación de Osadía, esa que él no llegó a superar hace cuatro años.
Aparto la daga de sus costillas y la lanzo lejos de nosotros. Me agacho hasta que nuestras narices se rozan y nuestros labios se unen. Me rodea con sus fuertes brazos y rueda, pasando a estar sobre mí. Seguimos besándonos hasta que mis manos llegan al borde de su camiseta y comienzo a quitársela.
-Ni siquiera sé por qué haces esto – jadea en mi oído, recuperando la respiración.
-Para sobrevivir – respondo, y vuelvo a recortar la distancia que nos separa.

-Eres increíble. Primero te lanzaste tú, semanas más tarde lo intento yo y me apuñalas. ¿Y ahora? - gira la cabeza para mirarme. Ambos seguimos tumbados en el suelo de la azotea, contemplando el espeso cielo negro. Su brazo me sirve de almohada
-Soy yo la que ha decidido siempre lo que pase en mi vida. Tú no eres una excepción.
Veo las luces del tren brillar, aproximándose a nosotros, y me pongo en pie.
-Solo tienes dieciséis años, pero eres mucho más madura e inteligente que ninguno de mi generación. Ten cuidado con los osados, son peor que yo.
-Y yo peor que ellos – aseguro, con mi sonrisa maliciosa.
Comienzo a alejarme para buscar un lugar seguro en el cual saltar al tren, pero Stan me agarra con fuerza por el brazo, demasiada fuerza, lo que me hace ponerme alerta.
-Suéltame – le pido, con el ceño fruncido.
-Me debes algo. No entreno durante tres años a alguien por amor al arte.
Lo miro a los ojos, unos ojos azules claros que de repente se han vuelto oscuros. Sé lo que quiere. Salir de los terrenos de los abandonados.
-A partir de mañana pregunta a los abnegados por Chloe Stone. Se unirá a ellos y hará todo lo que esté en sus manos para ayudarte.
-Preferiría osadía, pequeña – canturrea, sin soltarme el brazo.
-Te reconocerían, y no voy a arriesgar toda mi vida por un abandonado como tú, Stan.
Es un insulto pare él, pero como es alguien que no me importa, retiro mi brazo con la fuerza necesaria para liberarme, justo cuando llega el tren.
-Deja esto en la facción de Osadía dentro de una semana – le digo, lanzándole mi mochila negra.
-¡Ten cuidado con la segunda etapa de la iniciación! Es la peor para un osada como tú.
Le echo un último vistazo y asiento como forma de agradecimiento justo antes de saltar al tren.

Cuando abro con cuidado la ventana, la habitación está completamente a oscuras. Escucho la acompasada respiración de mi hermana. Me cambio lo más silenciosamente que me es posible y subo a mi litera en silencio. Sin embargo, pocos segundos más tarde, noto un cuerpo que se tumba junto a mí y me aprieta con fuerza la mano.
-Necesitas descansar, Chloe. - le digo, mientras le acaricio el pelo con mi mano libre.
-Lo sé, pero necesito estar unos segundos más contigo, por favor.
Y nos quedamos profundamente dormidas, juntas, como lo hemos hecho siempre, como lo hacíamos cuando eramos pequeñas. Chloe y yo, como si fuéramos una sola persona.

Mis padres nos acompañan al Centro, donde tendrá lugar la Ceremonia de Elección. Nadie habla por el camino, ni siquiera Chloe, quien no deja de darle vueltas a un mechón de su oscuro pelo entre los dedos.
Cuando bajamos del coche levanto la cabeza y observo como el edifico se pierde entre las nubes. ¿Cómo será subir hasta arriba y asomarse al borde? ¿Cuántos osados lo habrán hecho ya?
Mi hermana tira de mi brazo y seguimos a nuestros padres al interior, donde mi madre aparta a un grupo de abnegados para que podamos subir a uno de los ascensores. Cuando las puertas van a cerrarse, veo la mirada de culpabilidad de mi hermana al ver que los abnegados caminan hacia la escalera. Mi padre pulsa el número veinte en el cuadro de mandos del ascensor, y el cubículo en el que estamos, junto a un grupo de veraces, sube a gran velocidad. Cuando las puertas vuelven a abrirse, camino hacia la sala en la que se llevará a cabo la ceremonia.
Las filas de asientos rodean los cinco cuencos que representan a las cinco facciones. Chloe y yo nos quedamos en los círculos más alejados, donde se sitúan todos los chicos de dieciséis años a los que les ha llegado el momento de elegir hoy. Nuestros padres caminan hacia las filas más cercanas, divididas en facciones, y se sientan con el resto de personas vestidas de azul.
Cuando la sala está llena, aparece Sky Meller, el líder de Osadía, alto, moreno, vestido completamente de negro y con la cara llena de piercings. Tendrá cerca de treinta años, pero aun así es el líder más joven de las facciones. Cada año le toca a una facción dirigir la ceremonia y hoy le ha tocado a Osadía.
-Bienvenidos a la Ceremonia de Elección – la voz del líder osado es fuerte. Hace que me enorgullezca – Hoy es un día muy importante para todos aquellos que tomarán una decisión. Una decisión que marcará sus vidas.
-Sobre todo deja marca si eres de Osadía – le susurro a mi hermana, mientras observo a un osado que hay justo un par de asientos a nuestro lado.
Pienso en todo lo que he leído sobre la iniciación en Osadía o lo que me contó Stan. Luchas, peleas, armas... Tan sólo imaginándome sosteniendo una hace que el vello se me erice. Dentro de poco, podré sentir el poder en mis manos.
-Hace años, nuestros antepasados descubrieron que el origen de la maldad está en nosotros, en nuestra forma de ser y por ello dividieron nuestra sociedad en cinco facciones, cada una de las cuales culpa e intenta eliminar aquellos rasgos de nuestra personalidad que nos conducen hacia el mal.
Camina hacia el centro de la sala y comienza a acariciar con la yema de sus dedos cada uno de los cuencos de metal.
-Los que culpaban a la agresividad formaron Cordialidad. Los que culpaban a la ignorancia, Erudición.
No puedo evitar mirar a mi madre, cuyo pecho se hincha con la satisfacción. ¿La ignorancia? No creo que sea la culpable del mal. A menudo hay que mantener bajo ignorancia a las personas para que el mal no las ataque. La ignorancia no es enemiga, incluso podría resultar una aliada.
-Los que culpaban a la mentira formaron Verdad.
Demasiado similar a Erudición. La mentira conlleva ignorancia de la verdad, la ignorancia es enemiga de los eruditos y veraces, pero no mía.
-Los que culpaban al egoísmo formaron Abnegación – miro a mi hermana. Yo soy egoísta, ella lo rechaza – Los que culpaban a la cobardía formaron Osadía.
Y ahí está, el cuenco con las brasas que representa Osadía. No me atrae la tierra de Cordialidad, ni el agua de Erudición, ni el cristal de Verdad, ni las piedras de Abnegación. Son las brasas de Osadía las que hacen que los ojos me brillen de emoción.
-Estás cinco facciones han trabajado durante años en armonía, juntas. Cordialidad aporta consejeros y sanadores; Erudición, profesores e investigadores; Verdad, líderes seguidores de las leyes; Abnegación, líderes altruistas; y Osadía, protectores de lo interno y lo externo. Pero cada una no solo aporta algo a nuestra sociedad, sino que juntas nos permiten sobrevivir. Sin ellas, no lo haríamos. Por ello son más fuertes que cualquier tipo de lazo. Nuestra facción nos pertenece.
Osadía es mía.
-Y nosotros le pertenecemos a ella.
Y yo soy suya.
-Así, pues. Abramos los brazos y recibamos a nuestros nuevos iniciados, porque, a partir de ahora, ellos será nuestra nueva y única familia.
Nunca he tenido una familia.
-La facción antes que la sangre – exclama con el puño en alto.
Solo los Osados levantan los brazos y repiten la frase. El resto se limita a aplaudir. Yo me limito a mirar sonriente a Sky. Si he de seguir a un líder, quiero que sea a él.
A continuación, comienza a nombrar a los chicos, por orden alfabético inverso. El primero es un chico de Verdad que coge decidido el cuchillo que Sky le ofrece. Se hace un corte superficial en la palma de la mano y se acerca a los cuencos. Su sangre cae y se mezcla con el agua de Erudición. Los de su facción comienzan a murmurar y los de Erudición aplauden. Es un traidor, como lo seré yo dentro de pocos minutos, como espero que lo sea mi hermana también.
Mi nombre llega antes de lo que esperaba.
-Eleanor Stone.
Aprieto la mano de Chloe, pero no la miro, no puedo hacerlo. Bajo hasta el centro de la sala y sonrío hacia Sky, tomando el cuchillo. Hago un rápido corte en la palma de mi mano derecha y camino hacia los cuencos. Dejo que la sangre se acumule en mi mano, formando un pequeño charco. Miro a hacia los eruditos. Mi padre asiente, supongo que sabe lo que voy a hacer y quiere que sea sincera, que sea inteligente; mi madre no sonríe, pero yo a ella sí. Y sin dejar de mirarla, giro mi mano sobre las brasas de Osadía, dejando que la sangre se libere. Al igual que acabo de hacer yo.
Después de dieciséis años, al fin soy libre.
Corro hacia los gritos de júbilo de los osados y me siento en la fila más alta, junto a una chica osada que ha decidido permanecer en su facción.
-Hola, soy Willa.
-Hola, Eleanor.
Aprieto con fuerza la mano que me tiende y me dejo caer en la silla que hay junto a ella. Aún noto la sangre arder por mis venas, mis cara acalorada de la emoción y la sangre gotear en mis dedos, pero eso no me importa. Observo con atención a Sky, que vuelve a coger el papel y lee el siguiente nombre.
-Chloe Stone.
No la miro, aunque veo su figura bajar las escaleras por el rabillo del ojo. Cuando llega al centro, las luces la iluminan y veo que está pálida como nunca.
-Vaya, ¿sois gemelas? - pregunta Willa.
Ignoro su estúpida pregunta y observo con atención cómo mi hermana se hace un corte en la mano, igual que el mío. Camina hacia los cuencos y cierra la mano en un puño. Después levanta la cabeza y mira a mis padres.
Quiero gritarle que no lo haga, que no se quede con ellos. Empiezo a sudar y noto aún más calor cuando me mira. Su mirada pide disculpas. Haga lo que haga, no será Cordialidad o Abnegación. Haga lo que haga, la pondrá en peligro. Haga lo que haga, mis años de investigación acabarán tirados a la basura.
La cara se le ilumina cuando abre la mano y el tiempo parece detenerse. Noto la alegría en su rostro, el fin de su suplicio, de su miedo. No hace falta que mire el cuenco en el que mi hermana ha dejado caer las gotas de su sangre divergente. Los osados me dan la respuesta con sus gritos.
Pero mi hermana no ha elegido Osadía.
Me ha elegido a mí.